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A bote pronto

Recuerdos del ayer

Sidra, orbayu, guajas... Asturies

Sidra, orbayu, guajas... Asturies

Asturias, Paraiso Natural. Un rezo ajustado milimétricamente a la realidad, quizá incomprendido para quien no la conoce. Una idea prefijada equívocamente invita a visitar Asturies con cierto síntoma de desinterés juerguista, quizás por la distancia que la separa de Levante y Andalucía, símbolos de la fiesta y el cachondeo españoles. Podría pensarse que sólo hay verde y más verde. Montañas, Lagos, descensos. Picos de Europa, Covadonga, Sella. Craso error. Eso es sólo el Paraiso Natural, hay más. Una especie de paraiso social. Gentes aparentemente introvertidas, comedidas, correctas... como con una especie de caparazón inicial que despiden al instante. Afables, corteses, acogedores a raudales... Juerguitas, graciosos y alcohólicos como los que más. Simpatía contagiosa, empatía obligada.

Sidra va, sidra viene. Cojo un vasu, te echo un culete, éste para ti, éste lo bebo yo. Llega una guaja, sin reparos, con una melosa convicción. O llegas tú. Le hablas, contesta. Más que palabras parecen susurros, una dulzura sinpar, que te hace cautivo. Risas y más risas brotan de forma súbita. La inofensiva sidra te extasia y entras en erupción. Al principio no comprendes cómo se puede derramar alcohol, por qué esa imposición de escanciar seis vasos por botella, no más. Al rato sigues sin comprenderlo, tampoco lo asumes ni lo piensas. Estás ebrio, radiante, feliz.

El contexto debería traer sol por decreto, pero un cielo graníticamente nublado hace de techo. Y no molesta, al revés. Resta calor y te envuelve en una cómoda temperatura, perfecta si se quiere. Si avizoras a lo alto, desciende un extenso manto de gotas de agua inasible. Parece que llueve, seguro que llueve. Y apenas moja. Es orbayu. Refrescante, casi invisible, pero agotador al tiempo. Una borrachera sublime gobierna sin resquicio un prau. Cae la noche disimuladamente dando paso a jugadas individuales, manos a manos diversos. Los grupos se dispersan, la corriente arrastra. Pero suenan unas notas... y la voz vigorosa de Víctor Manuel para desembocar en un grito común. Cada pieza del cuadro, sea de donde sea, se paraliza para unirse conjuntamente en torno a una canción. Asturias, patria querida, Asturias de mis amores...

Una mirada nostálgica

No hace ni un año que los tiempos de tipómetro y apuntes desordenados, cafetería de humo y eco, césped soleado y ebrio, botellones y exámenes... todo se sucedía sin solución de continuidad, todo bajo una desordenada serenidad o un orden muy dinámico, todo supervisado por una felicidad retroalimentada entre compañeros y, sin embargo, amigos. Ese gran premio que no pierde valor con el paso de las días ni con los kilómetros de por medio. Gotea nexos de unión a diario, resulta irremediable en la distancia. Pierdes diálogos y anécdotas, pero el sentimiento sigue ahí presente y latente.

La nostalgia me invade cuando recuerdo aquellos maravillosos días que no volverán, pero de los cuales no puedo arrepentirme. Días que exprimí y paladeé sin esfuerzo, noches que disfruté rodeado de alcohol y amigos. Tiempos añorados por momentos, tiempos de felicidad despreocupada. Tiempos en los que sueñas con deslizar tu pluma en un gran periódico, en balbucear a través de las ondas... Pero cuando el maravilloso mundo del periodismo te ha absorvido inexorablemente en su vertiente profesional, alejándote por completo y para siempre de aquellos radiantes momentos de facultad, no puedes evitar recordar con un quizá inexplicable cariño aquellos muros cenizos más propios del búnker berlinés de los suicidios.